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Cuento V  
Ficha
Formato 14 x 20 cm, 128 páginas, ilustrado, a un color.

Cuentos para niños de 8 a 108 – V,

Aparece el tomo V de Cuentos para niños de 8 a 108 Relatos para leer en la escuela y en familia, para recuperar los valores que deben acompañarnos toda la vida.

 

 

 

El gordo Gerardo
Del libro Cuentos para niños de 8 a 108 – V, de Pancho Aquino

Cuando yo tenía once años iba a la escuela por la mañana y a la tarde ayudaba a mi padre, quien se dedicaba a cortar el pasto, podar y hacer limpieza en las casas de otras familias del barrio.
A “la tres”, como le decíamos a nuestra escuela, iban chicos muy humildes, entre ellos, “el gordo Gerardo”, alto, rubio, bueno, mejor dicho re-bueno, pero… era gordo; en cambio yo tenía un lindo cuerpo, aparte de trabajar, jugaba al futbol y me mantenía delgado, por eso me creía mejor y me gustaba molestar al gordo.
Le pedía al “colorado Rubina” que se agachara detrás de Gerardo y yo lo empujaba y lo hacíamos caer, entonces el gordo se ponía a llorar, venía la seño y yo, Marquitos, iba a parar a dirección y me perdía lo recreos. Pero, cuando quedaba libre, volvía a molestar a Gerardo y él, cuando dejaba de llorar, me preguntaba:
-¿Por qué me empujas, si yo te quiero, Marquitos?
Y entonces me arrepentía y por un rato no lo empujaba.
Terminamos la primaria y yo no pude seguir estudiando, tenía que trabajar de jardinero  con mi padre. El último día, Gerardo se acercó y me dijo:
-Nunca me voy a olvidar de vos, fuiste malo conmigo, pero igual te quiero.
Yo tampoco lo pude olvidar, recordaba su imagen de gordo bueno, sonriente, buen compañero, ¡cuántas veces me prestó libros que yo no tenía!
No volvimos a vernos, la vida siguió adelante y pasaron muchos años.
Un día, mi padre consiguió un nuevo cliente, él se encargaba de eso, pero trabajaba poco en los jardines, casi todo lo hacía yo. Los dolores de espalda lo tenían mal y yo, con mis treinta años, podía cortar el pasto, podar, remover la tierra… Podía y me gustaba.
Un lunes, muy temprano, llegamos a la casa del nuevo cliente, era un ingeniero muy reconocido por sus obras, la casa era hermosa y al jardín lo teníamos que dejar igual de lindo. Yo estaba agachado, colocando unas plantitas entre las piedras, cuando vi una sombra a mi costado, me di vuelta y allí estaba un señor, muy elegante y sonriente, me dio su mano y me dijo:
-Hola, soy el dueño de casa, Ingeniero Gerardo Mastieli.
Me quedé paralizado, se llamaba igual que el gordo Gerardo. Me miró un rato y después me preguntó:
-¿Vos no sos Marquitos, no ibas a la escuela tres?
Yo no sabía que decir,  era tan alto, su cuerpo parecía el de un deportista, tuve miedo de que se acordara de mis viejas travesuras.
-Sí-le respondí-soy Marquitos.
Me levanté para saludarlo, mis manos estaban sucias, igual que mi ropa, pero a Gerardo no le importó, me abrazó y exclamó:
-¡Qué alegría verte, amigo!
Y me contó de su vida y yo le  conté de la mía, que por cierto, fueron muy diferentes.
En ningún momento me reprochó lo mal que me porté de chico, al contrario, me abrazaba y me decía que estaba  contento de volver a verme.
Ya han pasado tres años desde aquel día del reencuentro. Ahora trabajo con Gerardo en sus obras, soy capataz, tengo  mi casa, esposa, hijos, soy feliz, pero a veces, cuando estoy solo, me pongo a llorar y me pregunto por qué fui tan malo, por qué me burlaba de un compañero sólo porque era gordo, si al final era mejor que yo.
Algún día tengo que pedirle perdón, tengo que decirle que yo no me daba cuenta de que todos somos iguales, tuvo que pasar mucho tiempo para que lo entendiera.
Ojalá que vos, que estás leyendo esta historia, no tengas que llorar y pedir perdón por burlarte de otros o por creerte superior.

Solidaridad en la laguna
Del libro Cuentos para niños de 8 a 108 – V, de Pancho Aquino

Como el pronóstico anunciaba buen tiempo para el fin de semana, mis  amigos Víctor, Claudio y yo decidimos salir a pescar.
El sábado partimos de madrugada; después de cargar las cañas, los reels, la comida, abrigo por si refrescaba y un buen sombrero para cubrirnos del sol, emprendimos el viaje, que entre mates y mentiras de pescadores, resultó corto y entretenido.
Pero, al llegar se despertó toda nuestra ansiedad, no veíamos el momento de estar con las cañas en medio de la laguna y apurábamos al botero para que depositara pronto nuestra embarcación en el agua.
A media mañana estábamos muy contentos, habíamos sacado un montón de piezas de  buen tamaño, era un día estupendo, salvo por unas nubes en el horizonte que parecían desmentir el pronóstico climático.
Entusiasmados por la pesca no advertimos la tormenta que se acercaba, empezó a llover y un fuerte viento del sur se levantó de repente, las olas nos golpeaban con furia y el bote se agitaba peligrosamente.
De inmediato juntamos las cañas para regresar al muelle, ya que es muy peligroso permanecer en la laguna en esas circunstancias, pero el motor no quiso arrancar, levantamos el ancla y amarrándola en popa comenzamos a navegar a favor del viento, las olas y la lluvia nos habían empapado y estábamos muy lejos del embarcadero.
Ninguno decía una palabra, estábamos asustados.
Hasta que vimos que una lancha de gran tamaño se acercaba a nuestra posición y creyendo que sería nuestra salvación respiramos aliviados; me paré en el bote y le hice señas al piloto, él me miró, miró a sus compañeros y siguió su ruta, sin detenerse. ¡Nos dejó a la deriva en medio de la tormenta!
Nos sentimos indignados y seguimos navegando sin rumbo, hasta que luego de varias horas, el viento se calmó y remando, regresamos al club.
Estábamos cansados, mojados y ya no teníamos ánimo para quedarnos, queríamos volver a nuestras casas; nos preparábamos para emprender el regreso,  cuando un joven se nos acercó:
-¿Ya se van?-me preguntó.
-Sí, terminamos de cargar y salimos-le respondí.
-Nosotros nos vamos a quedar hasta mañana, pero tenemos poco combustible, ¿no nos venderían lo que les sobró?
 Levante la vista y recién en ese instante supe con quien hablaba.
-¿Me reconocés?-le pregunté.
-No, la verdad que no-me contestó.
-Yo soy la persona que te hizo señas en el medio de la laguna, cuando la tormenta nos tenía muy mal y vos seguiste sin auxiliarnos, ¿te acordás ahora?
El joven se sintió incómodo y no pudo decir palabra alguna, dio media vuelta y se fue con sus amigos; nos dimos cuenta de que les relataba la conversación y entre nosotros comentamos, con disgusto, acerca de su actitud egoísta.
Terminamos de cargar y cuando ya estaba todo listo tomamos el bidón de combustible y fuimos hasta la carpa de los muchachos.
-Acá les dejamos el bidón, esperamos que mañana tengan buena pesca y que no levante viento-les dijo Claudio pausadamente.
-Gracias -dijo uno de los jóvenes- y perdón por lo que hicimos, fue un error que jamás volveremos a cometer. ¿Cuánto les debemos?
Entonces les respondí:
-No nos deben nada, es un regalo, para que no se olviden de este día. Esperamos que hayan aprendido que cuando uno es solidario, la recompensa aparece enseguida y cuando no, una dura lección nos espera para enseñarnos a vivir dando lo que tenemos, en el momento justo.

El cajón de los juguetes
Del libro Cuentos para niños de 8 a 108 – V, de Pancho Aquino

Mateo tiene 11 años, es un niño inteligente, muy bueno y sumamente ahorrativo, moneda que le dan, él la guarda, al igual que la ropa que le queda chica, las zapatillas, sus viejos juguetes, él guarda todo.
Marina y Carlitos son compañeros de escuela de Mateo y a ellos se le ocurrió que podían reunir las cosas que ya no usaban para regalarlas a los chicos del barrio “El Refugio” que está pasando el arroyo, porque son muy pobres y además la última lluvia les inundó las casas y necesitan de todo y de todos.
La seño se sintió muy entusiasmada con la propuesta de los chicos y entre todos se organizaron para embalar la ropa y los juguetes y el papá de Miguel, quien tiene un camión enorme, se ofreció para llevar las donaciones.
Pasó una semana y todas las conversaciones eran acerca de lo que cada uno podía dar, algunos regalaban cosas que aún usaban, pero su bondad les hacía entender que ser solidario es dar incluso lo que queremos o precisamos.
Llegó el día en que había que cargar las cajas y la seño le entregó al papá de Miguelito el listado de las casas de los chicos por las que debía pasar a retirar los paquetes, pero faltaba un nombre, el de Mateo.
Al observarlo, Marina le preguntó:
-Mateo, ¿no vas a regalar nada?
Mateo se puso colorado de vergüenza y respondió:
-No, me gusta guardar mis cosas, aunque no las use.
Nadie habló, una pesada tristeza lleno el espacio, el espacio, ése que Mateo tenía lleno de juguetes, zapatillas y ropa en desuso.
-Mateo, dijo la seño- Yo no quiero que te pongas mal, pero en la vida tenemos que dar, debemos dejar lugares libres, si tu baúl está lleno ya no entrarán regalos nuevos, al igual que el corazón de las personas, si guardamos recuerdos, a veces no gratos, la felicidad quizás esté en la puerta esperando un sitio para entrar y no la llegaremos a conocer. Ya no pudo seguir hablando, había pena en muchos rostros y en algunos, casi rabia, frente al egoísmo de Mateo. Pero él sonreía,  como si estuviera contento.
-¿De qué te reís?-dijo Carlitos, muy enojado.
-Si me dejan usar el celular, van a entender.
-Está bien Mateo, tenés permiso- aprobó la maestra.
Mateo marcó un número y empezó a hablar:
-Mami, escuchame, quiero decirte que tenías razón cuando me decías que no guardara tantas cosas, por eso te pido, por favor, que pongas en unas cajas, mis juguetes, zapatillas, ropa, todo, todo, porque lo voy a regalar… no te asombres, entendí que dar es algo maravilloso, que no todos pueden hacerlo, pero yo puedo, porque muchas personas me dieron a mí y quiero dejar un espacio vacío para llenarlo de cosas nuevas, ¿entendés mami?
Hubo un silencio y después Mateo continuó:
-Mami, ¿me escuchás? no llores, hoy aprendí a dar y soy el niño más feliz del mundo.
Cuando apagó el teléfono todos entendieron por qué Mateo sonreía contento cuando ellos estaban serios. Entonces subieron todos al camión y entre vivas y aplausos se fueron cantando a cumplir su misión.

Si todo fue creado para todos, ¿por qué todos no tienen todo?

El planeta está pendiente de lo que pueda pasar: no estoy hablando de futbol estoy hablando de paz…

La realidad es el espejo en el cual no nos queremos ver.


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Cuentos, poemas, frases y reflexiones, especialmente dirigidos a resaltar la importancia de la educación, la familia y la escuela como formadores de ciudadanos libres y responsables.
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